Los dos minutos que salvaron al mundo
—Yo ya sé lo que vos estás pensando, nene. Lo miré expectante, intrigado por lo que iba a decir. Creo que lo único que le faltaba era el don de la telepatía. Aunque, si así era, agradecía que fuera unidireccional. No sé si yo hubiera estado preparado para recibir los pensamientos de esa persona en mi pequeña cabeza. —Vos pensás que yo soy un viejo choto. Sonreí un poco. Quizás tuviera telepatía después de todo. Me crucé de piernas en el piso y apoyé el mentón en mis manos, los codos en las piernas. Estas frases anunciaban que se venía un manantial de delirios, que me apasionaban. A mamá no le gustaba que me pusiera a charlar con el abuelo, pero no siempre podía evitarlo. Y entonces podía sentarme al lado de su silla y oír al viejo volver a divagar y divagar con ese viaje que le había hecho perder la cabeza. Al menos eso decía mamá. —Pero todo lo que te digo es verdad. Tu mamá no quiere entender. Ella siempre fue una negadora. Dice que estoy loco. Pero ¡Ja! Tiene suerte de estar viva p...