Tiempo de poda

Una gota cayó sobre el teclado y pausé el video de Youtube. Me preguntaba si podía ser tan estúpido. Gabriel me miraba desde la pantalla, tijera en mano. "Lo más afilada posible" había dicho, y yo miraba el tramontina que había agarrado, cuya punta se había perdido en algun forcejeo con un tornillo.
No lloraba por la planta, claro que no. O al menos no solo por eso. A veces uno llora por otras cosas. A veces no sabe bien por qué llora.
Me sequé las lágrimas como el hombre adulto que soy y salí al balcón, a enfrentarme a mis plantas. La albahaca estaba preciosa, llena de verde y de sol. Subía alta, esbelta, e incluso estaba floreciendo sus pequeñas flores violetas. Era mi orgullo, entre la menta, el orégano y las demás.
Pero...el ciclo de las aromáticas es muy preciso. Sobre todo el de la albahaca: una vez que florecen, dejan su semilla y mueren. Todo su esfuerzo se concentra en ese tallo largo y en esa flor al final. En ese objetivo inútil. Sin alguien que las guíe olvidan lo importante. Olvidan volverse fuertes. Olvidan las hojas bajas. Olvidan sus raíces. Olvidan lo esencial de la vida.
Al menos eso dice Gabriel.
Volví al video para ver el lugar preciso del corte. Tenía, debo admitir, un poco de miedo. Entre dos brotes decía Gabriel. Entre 10 y 15 centímetros. Volví a pararme frente a la albahaca, la menta y las demás. Ahora sí lloraba en serio. Lloraba sin ruido, con los ojos abiertos. Lloraba y cortaba los tallos de mi más amada planta. Pero al cortarla sabía que la estaba ayudando a fortalecerse. La estaba ayudando a vivir, a soñar con otra primavera. Le estaba mostrando que la vida es dura a veces pero que pese a todo sobrevivimos. Que las heridas profundas nos hacen fortalecernos, nos hacen mejores, nos renuevan en la lucha.
Lloraba por mí, por mis cortes y heridas. Lloraba por mi hijo Pedro, por Agustina y los demás. Pero sobre todo por Pedro. Lloraba lagrimas amargas, porque la poda me había hecho entender sobre paternidad. Nunca había dejado que se lastimara. Nunca un paso en falso. Siempre guiándolo, cuidándolo del mundo, lo había perjudicado más que ayudado. Por amor, le había hecho daño. Es increíble pero a veces amar significa alejarse. A veces amar parece todo lo contrario al amor.

Me levanté, saliendo de mi ensimismamiento. Ya sabía qué hacer. Dejé los brotes de albahaca sobre la mesada para usar más tarde. Quizás una pizza. Pasé por enfrente de la computadora, donde Gabriel, pausado, seguía avisando: "lo más afilada posible". Revolví entre las herramientas y a regañadientes agarré el serrucho. Me hubiera gustado tener algo más propicio.

Pedro sobrerreaccionó un poco cuando entré en su cuarto. Quizás porque entré tirando la puerta de una patada y con el serrucho en alto. No sé bien por qué lo hice. Teatralidad, imagino. Gritó y trató de escaparse. Ahí estaba de nuevo. Un hijo desacostumbrado a la adversidad, desacostumbrado al dolor. "Otra vez no papá" me dijo asustado "Las personas no somos plantas". Quizás se acordaba de la semana del fertilizante. Claramente no entendía que todo esto lo hacía por su bien. Tuve que forcejear para agarrar su pierna y empezar a cortar. Salía muchísima sangre. Fue muy distinto a cortar la albahaca. En esto específicamente no nos parecemos a las plantas. El hueso costó muchísimo más. Sus gritos de dolor se mezclaban con los míos. "¡Es por tu bien!" le decía. "¡Ya me lo vas a agradecer!".
Finalmente la pierna se desprendió, con muchísimo esfuerzo. Le hice un torniquete a la altura del muslo, para evitar que se desangrara. Le acaricié la cabeza, los dos llorando. Él lloraba porque le dolía la pierna. Yo lloraba emocionado, pensando en el hombre en que se iba a convertir.


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