Cartas de Gilda IV

Familia:
Sé que me lloraron y me extrañan y que hicieron todo tipo de hipótesis sobre mi desaparición (y muerte, sí). Pero mi caso es uno de aquellos dignos de una novela policial, cuyo secreto se esconde en lo más hondo de la perversión humana. La culpa fue de Tombo, nuestro querido can. No directamente, no, jamás lo haría, pero él desencadenó esta guerra y con ella, mi pérdida.
Supongo que no les es desconocida la costumbre de nuestro can de dejar sus heces en la vereda de la vecina de enfrente, vereda en la cual (según él) el pasto era mullido y suave, perfecto para sus actos vándalicos. Y también seguro sabrán que la que devolvía los desperdicios y los depositaba en la puerta misma de nuestra casa, donde todos los pisaban, era ella misma, ardiente de deseos de venganza.
Día tras otro la misma historia. Una cadena cerrada de la naturaleza: se compraba la "comida" marca "Raza" que Tombo ingería, ésta pasaba por su organismo dejando poco y nada y salía para depositarse en el jardín de la vecina de enfrente. La misma lo juntaba y lo dejaba en la puerta de nuestra casa, donde lo pisaba el mismo que había comprado la bolsa "Raza"
Yo personalmente nunca estuve involucrada en esta guerra fría hasta que un día se empezó a atacar a civiles.
Paseábame yo como de costumbre por la calle, frontera natural de ambos bandos, cuando escuché a la vecina llamarme con un enérgico "mishi mishi". A pesar de mi neutralidad, evitaba (por si acaso) tener contacto con el enemigo, hasta que vi lo que llevaba en la mano: un plato de reluciente carne picada, y me lo estaba ofreciendo.
 Al principio pensé que podría tratarse de una tregua, pero en seguida algo me dijo que no me acercara, que era una trampa. Pero nadie mejor que ustedes sabe que no podía desperdiciar esta oportunidad; que tenía que buscar cualquier tipo de comida que encontrara, para sobrevivir al menos una semana más. Así que me acerqué hasta el plato y empecé a comer. La carne brillaba exageradamente al sol y cada parte del manjar me guiñaba con destellos solares.Pero no era una tregua. Era el día G. Por Gilda.
Solo después del tercer bocado sentí el vidrio molido haciéndome un harakiri por dentro. Esto no evitó que siguiera comiendo, morirse no era razón suficiente para hacerlo, ya conocen mi condición de anorexia inducida.
 Y así terminé el plato y con el vientre destrozado me recosté vencida sobre el pasto, ese suave y mullido pasto. Tombo tenía razón.

PD: Sé que Tombo está planeando mi venganza, que será terrible y sangrienta. Yo no se cuándo, pero ese día viene llegando.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

La confusa vida de las amebas

Un caso extraño

Un repiqueteo en el techo del mundo