Empatía musical
Los violines y los violonchelos discutían enardecidos, en respuestas cada vez más cortas y violentas, acercándose juntos a ese punto de tensión en el que todo parece a punto de derrumbarse, entre cuerdas rotas y cajas deformadas por la presión. Pero nada de esto sucede. En cambio los timbales intervienen con su ritmo pesado y seguro, redoblando con el sonido sordo del trueno, llevando la melodía hacia su próximo movimiento. Y justo cuando los bronces respondían gloriosos cual clarines de guerra a cada brecha dejada por las cuerdas, justo en ese momento, como si el esfuerzo hubiera sido demasiado, todo cayó, y se calló.
Ningún acorde final sostenido por la orquesta entera, ningún cierre a la armonía previa, sólo silencio y decepción. Habría estado terriblemente enojado con Beethoven si éste hubiera dejado el tercer movimiento de su primera sinfonía tan inconcluso, pero lo conocía demasiado bien como para no saber que simplemente me había quedado sin batería.
Resignado me saqué los ya inútiles auriculares y me dediqué a mirar la triste ciudad bonaerense que pasaba por la ventanilla del colectivo. Aún sonaban en mi cabeza los gloriosos acordes del maestro, y nada de lo que pasaba afuera lograba desviar mi atención. Tan solo desamparo y monotonía. No tuve otra opción que mirar la gente que me acompañaba en el colectivo, intentando encontrar un pasatiempo hasta llegar a mi destino.
La chica que se sentaba justo debajo mío tenía una cara sin ningún rasgo en particular, salvo un lunar bajo la nariz. Era para mí una cara indiferente. Se movía al ritmo de sus propios auriculares y con un poco de envidia empecé a seguir su música. ¿Sería posible? Tenía un ritmo similar a la música que yo había estado escuchando. Poco a poco fui acoplando la obra en mi cabeza con los movimientos de su cuerpo y ¡ensamblaban perfectamente! Allí luchaban las cuerdas y los bronces, y pude percibir un ligero, casi imperceptible estremecimiento de sus manos cuando entraban los timbales, ordenando el caos. ¿Podría ser verdad, o era tan solo imaginación mía? Me sonreí pensando en la bajísima probabilidad de que ocurriese algo por el estilo, y sin embargo no dejé de seguir cada movimiento de la chica del interesante lunar. La lógica no me apoyaba, pero mi cabeza no hacía caso. Hay maquinarias que cuando arrancan su pesado movimiento en la mente no frenan más, y el fonógrafo que giraba en mi cabeza con la primera sinfonía acoplaba cada compás con los movimientos de la cabeza de la chica. Decidí darle una posibilidad. Y me sorprendí. No solo era el mismo ritmo, podía escuchar las fluctuaciones de la obra de acuerdo con los movimientos y estremecimientos de la bella mujer del lunar. Allí estaba el movimiento principal, allí la parte intermedia con los violines, allí volvía a subir. Y supe que era cierto, que no me equivocaba, por más increíble que pareciera. La misma música sonaba en mi cabeza y en los auriculares, los instrumentos se ordenaban ¡Y los violines y los violonchelos atacaban nuevamente, los clarines llamaban a la carga, y cada pisada del ejército era un redoble de los timbales que marcaban el paso, seguro, llegando al clímax, al resultado final!
Y fue entonces, en el momento de máxima tensión, cuando parecía que todo el colectivo se movía con nuestra música, cuando mi brazo se acercaba a la mujer, para poder comentar esta increíble casualidad que ésta abrió la boca, llevada por la emoción de la música y dejó escapar en un murmullo una sola frase: "Tirate un paso". Mi mano no pudo detenerse a tiempo y lo único que logró hacer fue desviar su rumbo hacia el botón del colectivo, apretarlo con fuerza y alejarme de aquel colectivo, de mi equivocación, de la mujer del horrible lunar bajo la nariz.
Ningún acorde final sostenido por la orquesta entera, ningún cierre a la armonía previa, sólo silencio y decepción. Habría estado terriblemente enojado con Beethoven si éste hubiera dejado el tercer movimiento de su primera sinfonía tan inconcluso, pero lo conocía demasiado bien como para no saber que simplemente me había quedado sin batería.
Resignado me saqué los ya inútiles auriculares y me dediqué a mirar la triste ciudad bonaerense que pasaba por la ventanilla del colectivo. Aún sonaban en mi cabeza los gloriosos acordes del maestro, y nada de lo que pasaba afuera lograba desviar mi atención. Tan solo desamparo y monotonía. No tuve otra opción que mirar la gente que me acompañaba en el colectivo, intentando encontrar un pasatiempo hasta llegar a mi destino.
La chica que se sentaba justo debajo mío tenía una cara sin ningún rasgo en particular, salvo un lunar bajo la nariz. Era para mí una cara indiferente. Se movía al ritmo de sus propios auriculares y con un poco de envidia empecé a seguir su música. ¿Sería posible? Tenía un ritmo similar a la música que yo había estado escuchando. Poco a poco fui acoplando la obra en mi cabeza con los movimientos de su cuerpo y ¡ensamblaban perfectamente! Allí luchaban las cuerdas y los bronces, y pude percibir un ligero, casi imperceptible estremecimiento de sus manos cuando entraban los timbales, ordenando el caos. ¿Podría ser verdad, o era tan solo imaginación mía? Me sonreí pensando en la bajísima probabilidad de que ocurriese algo por el estilo, y sin embargo no dejé de seguir cada movimiento de la chica del interesante lunar. La lógica no me apoyaba, pero mi cabeza no hacía caso. Hay maquinarias que cuando arrancan su pesado movimiento en la mente no frenan más, y el fonógrafo que giraba en mi cabeza con la primera sinfonía acoplaba cada compás con los movimientos de la cabeza de la chica. Decidí darle una posibilidad. Y me sorprendí. No solo era el mismo ritmo, podía escuchar las fluctuaciones de la obra de acuerdo con los movimientos y estremecimientos de la bella mujer del lunar. Allí estaba el movimiento principal, allí la parte intermedia con los violines, allí volvía a subir. Y supe que era cierto, que no me equivocaba, por más increíble que pareciera. La misma música sonaba en mi cabeza y en los auriculares, los instrumentos se ordenaban ¡Y los violines y los violonchelos atacaban nuevamente, los clarines llamaban a la carga, y cada pisada del ejército era un redoble de los timbales que marcaban el paso, seguro, llegando al clímax, al resultado final!
Y fue entonces, en el momento de máxima tensión, cuando parecía que todo el colectivo se movía con nuestra música, cuando mi brazo se acercaba a la mujer, para poder comentar esta increíble casualidad que ésta abrió la boca, llevada por la emoción de la música y dejó escapar en un murmullo una sola frase: "Tirate un paso". Mi mano no pudo detenerse a tiempo y lo único que logró hacer fue desviar su rumbo hacia el botón del colectivo, apretarlo con fuerza y alejarme de aquel colectivo, de mi equivocación, de la mujer del horrible lunar bajo la nariz.
probando probando..
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