Un rayo divino

Úrsula dejó por enésima vez su taza de café sobre la mesa. Posiblemente no había bebido desde la última vez que la tomara, distraída, para releer lo que acababa de escribir. Rodeaba la taza con ambas manos, como si ésta conservara aún su temperatura, que ahora era sólo levemente mayor a la ambiente. Apoyó la taza justo sobre el círculo marcado en la mesa de madera y miró a la pantalla de la computadora. La habitación estaba a oscuras y su cara brillaba a la luz de su obra maestra. O al menos lo que prometía serlo.

Es angustiante para un escritor realizar una obra como aquélla. No debe confundirse el maravilloso sentimiento de la inspiración con la amarga lucha de llevar la idea a la realidad. Y en este momento Úrsula sufría las consecuencias de haber tenido una brillante idea. Había logrado crear una trama que la comprometía hasta lo más hondo, unos personajes que recibían de ella su amor y clamaban su misericordia.
Pero no siempre el autor es misericordioso.

Sin embargo, la decisión ya estaba tomada. De poco valieron los esfuerzos de los personajes, el amor engendrado entre creador y criatura, de poco valió la profundidad alcanzada por la novela; el final debía cerrar dramáticamente el relato. Después de todo el esfuerzo, debía terminar agónicamente el final, el último recurso de un escritor agotado. Y así, con el poder divino que se le confiere momentáneamente al autor, decidió que su héroe (¿heroína?) debía morir. Desechó su creación como un niño aplasta, en un juego, el hombre de plastilina que él mismo ha creado.

Se apostó entonces a escribir, con vidas latiendo entre sus manos. Alzó los ojos por un instante como pidiendo perdón a sus propios dioses y luego volvió a mirar abajo, hacia sus creaciones. Inventó una muerte ridícula y escribió, en un arrebato, las palabras finales: "...la flecha se había abierto camino velozmente hasta su corazón, y cayó al fin de bruces sobre la nieve, mientras l...".
Pero no pudo terminar la frase. Un golpe terrible la hizo saltar del teclado mientras las ventanas se abrían de par en par. Afuera azotaba una repentina tormenta y Úrsula se apresuró a cerrar las ventanas que dejaban entrar el agua y la desdicha. Pero, como esperando su entrada, un rayo crujió y cayó violentamente sobre el marco metálico y todo aquél que estuviera en contacto con éste. Úrsula sintió cómo una fuerza fría y extraña la sobrecogía, contrayendo sus músculos, apretando su corazón en un único latido, forzando en su cara un rictus de dolor y -tal vez- sorpresa. Cayo al fin de bruces sobre el suelo de madera, mientras l


Comentarios

  1. https://lh5.googleusercontent.com/-KAqEWNdGNmc/TXaCYbltybI/AAAAAAAAABc/CbAMPtNTgUU/s1600/mafalda2.jpg

    ResponderBorrar
  2. A veces hago el intento de que me guste lo que escribo, y de vez en cuando lo logro a medias. Pero después te leo... y es entonces cuando retomo la opinión inicial de disgusto por lo mío jaja. Sos lo más! Saludos desde Chaco. Espero el próximo acústico de "Tengo tu love".

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Eey, muchas gracias chaqueña riense! Me siento muy halagado. Y no jodamos que escribís muy bien vos y tenés un muy buen blog.
      En cuanto a "tengo tu love" estoy trabajando en nuevas versiones jaja, un saludo!

      Borrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

La confusa vida de las amebas

Un caso extraño

Un repiqueteo en el techo del mundo