Donde viven las estrellas
No es fácil para un niño perder a su padre. Lo digo yo que lo he vivido, he sufrido y aún sufro las consecuencias. Solía hablar con él, negando la realidad de que nunca jamás lo volvería a ver. Ahora ya no, pero me costó mucho superarlo.
Aún así siempre me acompañan buenos recuerdos de mi padre, de cuando iluminaba nuestras vidas. Los fines de semana, los juegos de baseball. Pero hay un recuerdo que siempre atesoré en mi corazón, porque fue la muestra de amor más bella que vi en mi vida.
Ya le quedaba poco tiempo y antes quiso despedirse de mi madre. Quizás no quisieran que yo lo vea, pero pude espiar la escena gracias a una puerta entornada. La llamó a su lado y ella se acercó, llorando y preguntando una y otra vez porqué. Mi padre la tranquilizó acariciándola, diciéndole que estaría mejor cuando todo hubiera acabado. Ella sollozaba con la cabeza gacha pero él, apretando su mano le pidió que lo mirara. Le dijo que quería ver sus dulces ojos antes de irse, que quería llevarlos consigo para siempre al lugar donde habitan las estrellas.
Acto seguido se separó del dintel de la puerta donde estaba apoyado, se puso los anteojos de sol, y subiéndose al descapotable se marchó a Los Ángeles para no volver.
Todavía lo extraño, pero sé que ahora está en un lugar mejor.
Aún así siempre me acompañan buenos recuerdos de mi padre, de cuando iluminaba nuestras vidas. Los fines de semana, los juegos de baseball. Pero hay un recuerdo que siempre atesoré en mi corazón, porque fue la muestra de amor más bella que vi en mi vida.
Ya le quedaba poco tiempo y antes quiso despedirse de mi madre. Quizás no quisieran que yo lo vea, pero pude espiar la escena gracias a una puerta entornada. La llamó a su lado y ella se acercó, llorando y preguntando una y otra vez porqué. Mi padre la tranquilizó acariciándola, diciéndole que estaría mejor cuando todo hubiera acabado. Ella sollozaba con la cabeza gacha pero él, apretando su mano le pidió que lo mirara. Le dijo que quería ver sus dulces ojos antes de irse, que quería llevarlos consigo para siempre al lugar donde habitan las estrellas.
Acto seguido se separó del dintel de la puerta donde estaba apoyado, se puso los anteojos de sol, y subiéndose al descapotable se marchó a Los Ángeles para no volver.
Todavía lo extraño, pero sé que ahora está en un lugar mejor.
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