Música satánica

Cuando Bruno murió sintió algo muy parecido a lo que cualquiera hubiera sentido: una luz al final de un túnel, y a sí mismo volando hacia ella. Había sido encandilado innumerables veces en su vida de músico, por los reflectores de los escenarios y de la lujuria pero nunca con una luz como aquella. Sólo después de unos segundos de no-temporalidad se aguzó su mirada y comprendió que más bien se encontraba en una especie de autopista celestial, con numerosas almas volando en el éter. Una autopista que además contaba con numerosas bifurcaciones, y notó pronto que en vez de seguir el camino recto, al igual que en su vida, se desviaba ahora de la sacra ruta principal, cayendo irremediablemente hacia una de las salidas laterales, iluminadas con luces de emergencia de tenue color rojo.
Preso de la desesperación se aferró al borde de la túnica de un alma encaminada al edén; la cual, luego de abrir sus ojos sumidos en la oración y mirarlo despectivamente, le propinó una fuerte patada y lo lanzó en espiral hacia la curvilínea ruta del averno.

Tras incontables horas (o tal vez segundos, pero de todas maneras incontables) de caída en picada cayó sentado en un duro y pequeño carro de madera y hierro, cuyas ruedas estaban apoyadas en unos rieles rotos y corroídos que, aunque comenzaban como una sola vía, se bifurcaban luego en incontables caminos, cada uno desembocando en una cueva distinta.
Bruno se acomodó como pudo en el incómodo carrito y miró alrededor. Se encontraba en una especie de caverna semiiluminada, de techo bajo y con una leve niebla cubriendo todo el suelo. Mirando hacia arriba observó que no había rastro del lugar de donde había venido: una muestra de la imposibilidad de retorno.
Antes de que pudiera lamentarse por su destino apareció un ser pequeño de traje que con voz monótona y cansada le dijo
-Bienvenido al inframundo.-
Luego, consultando unos datos en una pantalla, le dijo sin mucho interés -Mantenga los brazos dentro del carro.- mientras bajaba una palanca propulsando el carro hacia adelante a toda velocidad. Bruno escuchaba los chasquidos de los rieles al redireccionarse para enviarlo a su destino específico y veía intermitentemente las luces rojas centelleando a tramos regulares, todo mareando y asustándolo cada vez más...

 *  *  *

Pero el final de su viaje no fue para nada trágico. Se encontró de pronto en un cuarto mejor iluminado, dos butacas giratorias con un escritorio en el medio; una típica oficina. Lleno de desconfianza se sentó vacilante en una de las sillas y miró la puerta vidriada enfrente suyo, por la cual no tardaría en ingresar su anfitrión, un hombre sonriente, bien vestido, que lo saludó efusivo:
-¡Qué gusto tenerlo finalmente aquí señor Bruno!- dijo el hombre, tocando brevemente su elegante sombrero y estrechándole luego una mano. 
Su otra mano, la izquierda, cargaba un pesado estuche de guitarra que enseguida apoyó sobre el escritorio.
-Tuve que hacer mucho papeleo, pero al final pude tramitarte esta magnífica guitarra- Le dijo, guiñándole un ojo. Bruno sonrió maravillado al abrir el estuche y reconocer el mismo modelo de guitarra que usara él en vida.
-¿Pe-pero cómo? ¿Qué significa todo esto? ¿Y el fuego eterno, las máquinas de tortura?- 
Su anfitrión se rió, las manos en los bolsillos, tirando su cuerpo levemente hacia atrás.
- No, querido Bruno, esos eran métodos antiguos...ahora hay mucha más sutileza en los castigos. De todas maneras, usted no está aquí para eso. Digamos que usted no fue un santo en vida, pero podría tranquilamente haber ido arriba o abajo, no sé si me entiende. Pero acá hicimos un pedido especial por usted, ¡Lo necesitamos! no hay nada de qué preocuparse. Sígame, y mientras tanto le cuento el resto de la historia.- El hombre amablemente le abrió la puerta y le indicó con una mano que saliera.
Bruno, confundido, pero ya más relajado tomó el estuche y salió al pasillo, seguido por su nuevo amigo.
-Entonces...¿nada de mutilaciones ni baños de azufre líquido ni...?-. La risa amable del otro lo interrumpió mientras le decía:
-No, hombre, no para usted, lo trajimos acá con un trabajo específico, una misión. Verá, lo nuestro se fue haciendo cada vez más y más profesional. Nos volvimos más estudiosos, más puntillosos. Y descubrimos por ejemplo que teníamos un serio problema de contrastes. Aquí a la derecha- caminaban mientras hablaban, el enigmático hombre con una mano en el bolsillo,  la otra acompañando lo que decían, o en este caso indicando el camino a seguir. -Parece mentira, pero los hombres se acostumbran poco a poco a los horrores y castigos que ofrecemos, y de a poco se pierde esa chispa inicial, esa chispa que daba la sorpresa, o el cambio abrupto de suerte. Si el sufrimiento actual no es peor que el anterior de nada sirve. El hombre no sufre las desgracias en sí sino cuando pasa a ser más desgraciado que lo que era. ¿Me explico?-
-Perfectamente- Contestó Bruno, un poco más tranquilo sabiendo que escapaba de esos horribles pesares.
-Contraste, como le digo amigo Bruno, contraste es lo que hace falta, y aquí, es donde entra en juego usted. Aquí somos muy fanáticos de su música y...bueno, todo el mundo lo es, sobre todo de sus primeros discos...-
-Bueno, muchas gracias.-Contestó halagado Bruno, a quien le encantaba ser reconocido.
-...Y pensamos que, tal vez su música podría ser exactamente ese contraste que estamos buscando. Esa gloriosa bocanada de oxígeno antes de sumirse otra vez bajo el agua.-
"Qué simpático sujeto" pensaba Bruno "Al fin y al cabo el infierno no parece un lugar tan malo, será para mí tocar la guitarra, hacer música tal como en la tierra ¡suficientemente agradable para mí!"
-¡Muy bien!- Dijo, entusiasmado. -¿qué debo hacer?-
-Oh, es sencillo, simplemente eso: tocar un poco para las pobres almas en pena. Ahora mismo estamos caminando hacia el escenario, ya todo está preparado. Muchas gracias por la cooperación.-
-De nada.- Respondió Bruno. - Es mi vocación, ya sabrás.- El optimismo crecía en Bruno y no podía dejar de pensar en cuán agradable le estaba resultando para él el infierno.
Cuando llegaron a la puerta que conducía al escenario se acercaron varias personas que le ofrecieron botellas de agua, comida, afinador, micrófonos e incluso maquillaje. Antes de subir al escenario el hombre del sombrero le colocó un auricular y mientras le guiñaba un ojo le dijo
-Estaré monitorizando todo por si lo necesita.-.

 *  *  *

Bruno avanzó por el escenario, guitarra en mano, adentrándose en lo que sería, desde ese momento su nueva y eterna existencia. Una silla sola lo esperaba arriba del escenario y un millón de personas abajo. Entre la penumbra pudo verlos, las ropas harapientas, los rostros demacrados y castigados por una eternidad de sufrimientos, pero una sonrisa cruzaba sus rostros ojerosos, ahora que veían al músico con su guitarra. El murmullo subía entre la multitud y al poco tiempo las voces quejosas gritaban y aplaudían "¡Es Bruno! ¡Es el señor Bruno! ¡Va a tocar para nosotros!".
Bruno saludó a la multitud que lo aclamaba y observó que, incluso el personal del lugar, los seres con tridentes diseminados entre la multitud lo aplaudían entusiasmados.
-¡Hola amigos!- Su voz reverberó en las paredes de la inmensa caverna. -¿Cómo están?- El silencio le respondió desde las filas de almas en desgracia. Bruno se sentó y empezó a hablar un poco, siempre le gustaba hacer un buen show, no solo tocar sino relacionarse con el público...
Pero una voz desde la multitud lo interrumpió.
-¡Tocá el hit!- A esa voz se le sumaron otras - ¡Tocá "Princesa", dale!-. Bruno sonrió al público, bajó la sexta cuerda a Re y accedió -Está bien, está bien.-.
El público lo aplaudió y gritó cuando empezó a arpegiar los primeros acordes de "Princesa", el primer tema de su primer disco, tema que lo había hecho alcanzar su temprana fama.
Eran casi nulos los conciertos en los que no había tocado ésa su primera canción. No importaba si estaba presentando su decimotercer disco o si estaba haciendo un homenaje a otro artista, el público siempre le pedía que tocara "Princesa". Y aunque amaba esa canción, pertenecía a un lugar muy lejano de su pasado, a su inocencia y optimismo de veinteañero que habían muerto hacía muchos años. Cada vez que la cantaba y masticaba esa letra no podía evitar sentir que cantaba una canción escrita por otra persona.
La multitud de semipersonas lo acompañó con felicidad en el último estribillo y terminó el tema en un estallido de vítores y aplausos. Bruno estaba emocionado y halagado por el reconocimiento.
-¡Muchas gracias!- Dijo Bruno a su público, su voz amplificada. -Ahora, les quería tocar una canción de mi último disco, que me gusta mucho, que habla un poco...-
-¡Tocá de nuevo "Princesa"!- le gritaron desde el público, ya las voces un poco más irritadas, cortando al medio su simpática charla. 
Volvió a tocar su hit, y cuando terminó y propuso una versión de un tango de Dames y Manzi, el público de vuelta lo abucheó y le gritó desesperado -¡"Princesa"!¡Tocala de vuelta!-
Y ahora una voz en el oído izquierdo le susurró:
-Déle lo que quieren, Bruno.-
 Se giró y vio al hombre que le hablaba por el auricular, apoyado en la lejana entrada al escenario. El sombrero ahora girando en una mano dejaba al descubierto los cuernos que sobresalían de su cabeza. Su pícara sonrisa era aún más evidente cuando le hablaba por el micrófono en su cuello. Y su cola detrás de sí se movía como la de un gato que juega con su presa.
-La gente quiere escuchar lo mejor de usted, y no hay duda que ese fue el primer tema que compuso. Además, si se fija bien, tenemos un riguroso sistema de rotación, y verá que va entrando constantemente gente por la derecha y saliendo por el fondo del salón para recibir nuevas torturas, por lo que su público no se cansará de oírlo. Y cada persona nueva que entre querrá, como es lógico, escuchar "Princesa". No los defraude.-
Bruno comprendió, y girando lentamente al público, comenzó a tocar otra vez su tema más famoso.
Y el infierno ya no le pareció tan agradable.



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