Rutina

Aquel domingo de marzo acababa como muchos otros domingos, con esa monotonía y esa angustia propias de la nada. Acababa incluso como muchos otros domingos de marzo; si la pesadumbre del domingo se debe al inminente comienzo de la semana, lo mismo sucede con los meses de febrero y marzo: es tiempo de replantearse qué se va a hacer durante el año, y es tiempo de deprimirse ante lo inevitable.

Y él acababa de llegar de hacer las compras para la semana, y abría la puerta con la destreza de quien lo ha hecho ya muchas veces. Podríamos llamarlo Juan, aunque su nombre no es realmente importante. Ella, leyendo junto al ventilador escuchó los pasos en el pasillo y supo que era él, y entonces apartó el libro que la había ayudado a pensar, pero que no estaba realmente leyendo. Supongamos que su nombre es Sofía

-Gordi, ¿compraste las manzanas? - Le preguntó, más que nada para empezar la conversación.
- Mhm - Afirmó él - cinco rojas para ti, 5 verdes para mí.-

Cambió la estrategia inmediatamente por una más activa.
- ¿Venís un segundo? quiero que hablemos de algo -.

Mateo asomó la cabeza un poco extrañado y dejando las bolsas en el piso se acercó a ella. Los dos se sentaron a la mesa, que era donde se discutían las crisis. Sofía tomó la pequeña pelota verde, y Pedro se mantuvo callado mientras ella hablaba, esperando su turno para tomar la pelota. Activó sus herramientas de escucha, y dieron comienzo a una charla donde se apreciaba el respeto mutuo.

Transcribir la conversación exacta quizás sea una pérdida de tiempo, sobre todo al entender que hay inflexiones de la voz, gestos, llantos, pequeñas presiones sobre la pelota verde que no pueden reflejarse bien con palabras. Al fin y al cabo las palabras hablan solo de las palabras.
De cualquier manera, era una charla que ya habían tenido (de hecho, esto fue parte de la charla) y había una comprensión mutua de qué estaba pasando.

La rutina los estaba matando. Pesada y densa, los aglutinaba en un sucesión de coreografías. Hasta aquello que parecía que cortaba la rutina seguía siempre los mismos patrones. ¡Esta misma conversación estaba coreografiada la puta madre!. Hacía años que nada cambiaba entre ellos, que no se sorprendían el uno al otro, que nada los maravillaba, extrañaba, asustaba.

Mateo se quedó con la pelota verde en la mano, y escuchó el portazo que no llegaba a ser un portazo de enojo. Sofía se había ido a correr para despejarse un poco, después por ahí pasaba por lo de Maru, no sé bien si como acá, llamame cualquier cosa.
No había llegado a usar el poder que le confería la pelota, pero ahora sentado lo ayudaba a pensar. Y pensó durante largo tiempo. Enojándose con ella primero, luego consigo mismo. Estaba de acuerdo con ella, por supuesto, y sentía un nudo en el estómago al pensar que quizás fuera un problema irresoluble. ¿Cómo habían llegado a este punto? ¿cómo se habían dejado estar tanto tiempo? Lo fascinaba cómo esta solidez se desvanecía, cómo la estabilidad tan buscada en otro momento ahora se convertía en rigidez y agobio.
Pero ya no más, se decidió al fin, devolviendo la pelota a su lugar y tomando su computadora y una decisión. Podían salir de esta crisis. Ya lo habían hecho. Se decidió de una vez por todas a cortar con esa rutina opresora.

Decidió que cocinarle una cena romántica sería, no la solución, pero sí una buena muestra del comienzo del cambio. Su absoluta incapacidad como chef lo obligaba a mirar tutoriales, por eso buscó en Google "sorprender a tu pareja con una ce..." y el buscador lo ayudó a completar la frase basado en sus búsquedas pasadas. Entró a la primera opción marcada en violeta y, contento con su idea, empezó a ver en la lista si tenía todos los ingredientes. Hubo solo dos que le trajeron dudas y, ya levantado y en la cocina, miró al fondo del segundo estante para ver si estaban la mostaza Dijon y la maicena, que servía, recordaba, para espesar la salsa.
Su alegría fue grande cuando vio que estaban donde las había dejado la última vez, y aún mayor al ver que la mostaza no se había vencido. Lo habría irritado terriblemente tener que ir al supermercado otra vez, sólo para buscar dos ingredientes extravagantes.

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