Sueños
Apenas lo vio acercarse supo de qué se trataba.
Los primeros que llegaron fueron los equipos técnicos: bajaron de autos y camionetas cámaras, camarógrafos, micrófonos, microfonistas y otras personas con enigmáticas funcionalidades.
Bajaron como rayos y truenos, anunciando lo que vendría. Y más atrás, la tormenta. El último auto llevaba un hombre sonriente, acarreando un trailer gigante.
Cómo no iba a saber de qué se trataba si lo había estado esperando toda su vida.
Había estado, tan solo unos segundos atrás, sentado en su sillón leyendo su libro sin querer terminarlo. Sabía que, una vez terminado, el libro estaría muerto. Ocuparía para siempre el estante de los "ya leídos".
En eso estaba, cuando sintió la presencia fuera de la casa. No sabía si había sido el oído, la vista u otro sentido, pero al mover un poco la cortina pudo ver desde el segundo piso los autos doblar la esquina.
En eso estaba, cuando sintió la presencia fuera de la casa. No sabía si había sido el oído, la vista u otro sentido, pero al mover un poco la cortina pudo ver desde el segundo piso los autos doblar la esquina.
Por supuesto que supo de qué se trataba.
Los primeros que llegaron fueron los equipos técnicos: bajaron de autos y camionetas cámaras, camarógrafos, micrófonos, microfonistas y otras personas con enigmáticas funcionalidades.
Bajaron como rayos y truenos, anunciando lo que vendría. Y más atrás, la tormenta. El último auto llevaba un hombre sonriente, acarreando un trailer gigante.
Cómo no iba a saber de qué se trataba si lo había estado esperando toda su vida.
El terror lo hizo actuar de forma extraña: cerró la cortina, se sentó en el sillón, y tomando el libro clavó la vista en una sola palabra, releyéndola hasta despojarla de sentido. Algo infantil le decía en su cabeza que si no lo enfrentaba, si no lo aceptaba, no ocurriría lo indeseable, no sonaría ese timbre que lo obligó a cerrar el libro y, poniéndose de pie, dejarlo sobre la mesa.
Bajó las escaleras cauteloso. Los ahora golpes en la puerta amortiguaron los latidos legüeros de su corazón. Se paró frente a la puerta tensando y destensando los puños, mientras del otro lado el hombre sonriente se erguía en la entrada; espejo radiante suyo.
Si una de las tantas cámaras de afuera hubiera podido atravesar a medias la pared, y situarse transversalmente, esto es lo que habríamos visto: en el medio de la pantalla una linea fina simbolizando la puerta, y a izquierda y derecha dos personas que parecen mantener una conversación; uno hablando en la luz, otro callado en la penumbra.
—¡Sabemos que está ahí! ¡Salga de una vez!
Desde nuestra nueva perspectiva creeríamos que le habla directamente al hombre de adentro, pero en realidad su monólogo está dirigido a las cámaras, y a las miles de personas detrás de ellas.
—Hoy su vida cambiará para siempre, ¡venimos a cumplirle su sueño!
Como un fogonazo, la imagen le volvió a atravesar la mente, la imagen con la que había soñado toda su vida, la imagen de lo contenido en aquel trailer. Con la emoción vibrándole en la mano, el hombre de la penumbra tomó el picaporte, y las cámaras de afuera vieron la puerta abrirse hasta donde lo permitía la cadena.
Con una mano sosteniendo el micrófono y la otra haciendo señas a la pantalla de que se acercara, el hombre sonriente espió por la rendija.
—¿Cómo le va amigo? ¿sabe quién soy? —la cámara avanzaba como intentando meterse por la rendija, entrar en la intimidad de la casa —¿Sabe a qué vinimos?
—Por supuesto que te conozco Julián —. La voz salía tímida por el hueco —y también conozco el programa, ¿quién no lo conoce?
—Y bueno, hombre —aquí Julián abrió los brazos y miró a la audiencia, todo sonrisas y generosidad —¿quiere que le cumplamos su sueño?
La intención de la pregunta era retórica, desde luego.
Desde adentro, el interpelado miró el trailer una última vez y mientras cerraba despacio la puerta contestó:
—N-no, prefiero que no. Te agradezco igual.
La puerta se cerró y Julián quedó con una sonrisa congelada, incapaz de reaccionar ante la nueva situación. Nunca había imaginado que alguien no quisiera ver su sueño finalmente realizado.
Sin una frase ocurrente debido a la sorpresa, dio media vuelta y quedó mirando fijo a la pantalla.
Todas las cámaras retrataron esa sonrisa incrédula hasta que decidieron cortar la transmisión.
Bajó las escaleras cauteloso. Los ahora golpes en la puerta amortiguaron los latidos legüeros de su corazón. Se paró frente a la puerta tensando y destensando los puños, mientras del otro lado el hombre sonriente se erguía en la entrada; espejo radiante suyo.
Si una de las tantas cámaras de afuera hubiera podido atravesar a medias la pared, y situarse transversalmente, esto es lo que habríamos visto: en el medio de la pantalla una linea fina simbolizando la puerta, y a izquierda y derecha dos personas que parecen mantener una conversación; uno hablando en la luz, otro callado en la penumbra.
—¡Sabemos que está ahí! ¡Salga de una vez!
Desde nuestra nueva perspectiva creeríamos que le habla directamente al hombre de adentro, pero en realidad su monólogo está dirigido a las cámaras, y a las miles de personas detrás de ellas.
—Hoy su vida cambiará para siempre, ¡venimos a cumplirle su sueño!
Como un fogonazo, la imagen le volvió a atravesar la mente, la imagen con la que había soñado toda su vida, la imagen de lo contenido en aquel trailer. Con la emoción vibrándole en la mano, el hombre de la penumbra tomó el picaporte, y las cámaras de afuera vieron la puerta abrirse hasta donde lo permitía la cadena.
Con una mano sosteniendo el micrófono y la otra haciendo señas a la pantalla de que se acercara, el hombre sonriente espió por la rendija.
—¿Cómo le va amigo? ¿sabe quién soy? —la cámara avanzaba como intentando meterse por la rendija, entrar en la intimidad de la casa —¿Sabe a qué vinimos?
—Por supuesto que te conozco Julián —. La voz salía tímida por el hueco —y también conozco el programa, ¿quién no lo conoce?
—Y bueno, hombre —aquí Julián abrió los brazos y miró a la audiencia, todo sonrisas y generosidad —¿quiere que le cumplamos su sueño?
La intención de la pregunta era retórica, desde luego.
Desde adentro, el interpelado miró el trailer una última vez y mientras cerraba despacio la puerta contestó:
—N-no, prefiero que no. Te agradezco igual.
La puerta se cerró y Julián quedó con una sonrisa congelada, incapaz de reaccionar ante la nueva situación. Nunca había imaginado que alguien no quisiera ver su sueño finalmente realizado.
Sin una frase ocurrente debido a la sorpresa, dio media vuelta y quedó mirando fijo a la pantalla.
Todas las cámaras retrataron esa sonrisa incrédula hasta que decidieron cortar la transmisión.
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