Alelo recesivo

-La verdad es que, hoy en día, no puedo sino verlo como una costumbre antigua. Casi como algo que ha quedado en desuso. Realmente el hombre moderno se pregunta ¿Para qué? Porque hoy en día tenemos la oportunidad de elegir, de hacer un balance de ventajas y desventajas y...- Roberto alargó la frase y la dejó flotando en el aire, como si no hiciera falta expresar en palabras su obvia conclusión. Se hamacó un poco en su silla mientras le daba otra pitada a su cigarrillo y soltó el humo mirando el resto del bar, su silla de costado a la mesa, de espaldas a la pared. Parecía estar dirigiéndose a un público extenso, pero solo había una persona enfrente suyo. Una persona que se arrepentía de estar allí.

-Porque, seamos sinceros- Continuó Roberto. -en otros tiempos mucho no se podía elegir; era así o así, no quedaba otra. Pero hoy... las cosas cambiaron: ya no es necesario ayudar a poblar el mundo (de hecho todo lo contrario), ya no está tan ligado como antes el sexo con la procreación... tampoco hay una presión social hacia las parejas para que tengan hijos, todo eso se acabó che...-

Ignacio agregó un poco de azúcar a su café, y esperó a que se enfríe todavía un poco más. No entendía por qué le había pedido consejo a una persona tan desenamorada de la vida. Su propia maraña de dudas se enredaba cada vez más con las palabras que escuchaba. Quiso decir algo, quejarse, pero Roberto volvía a arremeter. Y es que sus ideas siempre tenían principio y final, eran extrañamente coherentes, irritantemente lógicas. Siempre lo habían sido.

-Digo yo, sin todas esas trabas ¿Quién elige hoy tener un hijo? Es hasta un acto egoísta a veces, pareciera un deseo de crear una pequeña réplica de uno mismo para poder castigarla con nuestras frustaciones, nuestros sueños incumplidos, nuestros miedos. ¿Quién está lo suficientemente estable emocionalmente como para poder educar una nueva persona, trasmitirle su "sabiduría", enseñarle el mundo...? Casi nadie. Después es lógico que el hijo sienta culpa de haberle robado los sueños a sus padres, ¡Es verdad! el tiempo y el dinero invertido se escapan y queda poco al final para explotar los hobbies, las pasiones, lo más querido; el deporte, la música, la escritura, los viajes... Mirá, tenés en tus manos ahora esa decisión- Roberto ahora se torcía y lo encaraba, mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero. -Podés elegir tener un hijo, pero tenés que saber que se te están cerrando muchas, pero muchas- puso un claro énfasis la segunda vez -puertas. Y al final puede (y pasa mucho, vos lo sabés) que hagas las cosas mal y tu hijo te termine odiando. Pensalo bien. Ya sabés cual sería, hoy, en tu lugar, mi decisión.-
Ignacio apuró su café y se levantó, irritado con el otro hombre, irritado consigo mismo y dijo:
-Lo voy a pensar-La conversación estaba tácitamente terminada y los dos pagaron y salieron a la calle Corrientes, donde una leve llovizna los esperaba. Mientras caminaban, Roberto comentó: -Igual sé que la tendencia a no tener hijos está condenada a desaparecer a través de las generaciones ¿no? es como genéticamente recesivo.-
Ignacio sabía que era un chiste, pero no estaba de humor para festejarlo. De todos modos Roberto no lo esperaba. Nunca lo hacía.
La despedida fue breve y la vuelta a casa también. Ignacio entró en la calidez de su hogar y encontró a su amiga y compañera, a la futura madre de sus hijos, que lo esperaba sonriente, que lo entendía y lo cuidaba. Lo abrazó e, intuyendo lo que había sido la reunión le preguntó,
-¿Cómo estuvo la charla?-
Ignacio se recostó en el sillón y suspiró.
-Siempre fue difícil hablar con papá-. 


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