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Mostrando las entradas de agosto, 2013

Un realismo tremendo

Nico me había hablado toda la semana de ese juego que tenía, de un realismo tremendo decía, que no podía parar de jugarlo. Estábamos en clase de geografía con la insoportable de Verónica y el tipo estaba dibujando cosas, no sé, escenas del jueguito, el mapa de una ciudad y otras cosas. Otras veces lo veía con la mirada perdida, absorto en sus pensamientos, como si la diferencia entre las eucariotas y las procariotas no le incumbiese, y yo sabía que pensaba en volver y ponerse a jugar al jueguito ése que tanto lo viciaba. Es un vicio, eso es seguro; y es peligroso, ya lo sé, pero me tenía tan intrigado con el tema que cuando me invitó a su casa a jugar un rato tuve que decirle que sí. Tomamos un nesquik, comimos un pedazo de torta que había sobrado del cumpleaños del hermano y fuimos al cuarto de la computadora, con la laptop del viejo así jugábamos los dos. Y arrancamos. Primero tuvo que instalar el juego y armarme el personaje, todas esas cosas que yo mucho no entiendo. Pero aunque