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Mostrando las entradas de 2018

Ciencia y ciclismo

El doctor Schmerz anotó en su diario, riguroso, preciso, como cualquier científico: 19 de Marzo , 16.20 horas: Ya he preparado 0,5 cm3 de una solución acuosa al 1/2 por mil de solución del compuesto R12.  Disuelto en  unos 10 cm3 de agua insípida. Me dispongo ahora a realizar el experimento en mi persona, ingiriendo la solución.  ¿Será hoy el día? ¿Sería ese el día? Se permitió una licencia poética al final del informe. Después de tantos experimentos, ¿podía acaso haberlo encontrado? Después de haber descartado decenas de alcaloides por sus efectos neutros, creía haber dado en el clavo. Tres días atrás, manipulando el R12, había notado una cierta insensibilidad en la yema de los dedos, que se habían contaminado con el compuesto. Por eso la decisión de hoy de consumir una fuerte dosis, esperando generar el efecto deseado después de tantos años de investigación. Uno, dos, tres, fondo. El líquido no tenía ningún sabor, y eso, estúpidamente, un poco lo decepcionó. Por supuesto

Los límites de la docencia

La clase estaba alborotada, ruidosa. El tema era, quizás, difícil de entender, por eso me encontraba, nos encontrábamos, en esa situación caótica, desordenada. Así que me dispuse a ordenar las cosas. Ya los había dejado opinar, discutir entre ellos opciones, pero ahora estaba bueno y era necesario poner orden. Dar un cierre a las ideas que habían surgido, una conclusión. Elevé un poco la voz -no mucho- para lograr apagar los últimos murmullos, las conversaciones paralelas. Pero más que elevar la voz, cambié el tono, ese tono que había perfeccionado en mis años de docencia. Hay una cierta cadencia en la voz, una elección precisa de las palabras, un acompañamiento de las manos que hacen automáticamente que el alumnado calle, preste atención y escuche a la autoridad. Decidí tomarme el tiempo en explicar el asunto, intentando ser pedagógico en las formas, pero firme en la intención. El balance entre la simplificación y la rigurosidad es siempre el desafío más grande del transmisor de cono

Vidas pasadas

Inspiré de nuevo, los ojos cerrados, y retuve el aire en los pulmones, intentando retener ese recuerdo que se me escapaba. ¿Qué era ese aroma? ¿a qué olía? Pero más que eso, ¿a qué me remitía? La combinada sensación de nostalgia, de alegría, de sosiego no podía producirse solo por un aroma agradable; evidentemente en mí estaba ligado a un recuerdo, a un sueño pasado. Suele sucederme, y creo que a todo el mundo le pasa. De golpe un olor, un sonido, un cierto paisaje hace desatar en el cerebro una serie de emociones, como si uno estuviera recordando, pero sin recordar. Sobre todo con los olores, que son mucho más enigmáticos. Incluso cuando uno ubica el recuerdo disparador, el momento en el pasado donde había recibido el mismo estímulo, las sensaciones parecen exageradas, agigantadas por la memoria. Y esto me pasaba ahora mientras inspiraba de vuelta, el ceño fruncido. Cada vez que parecía a punto de asirlo se me escapaba de vuelta el pez del recuerdo. Solo unas palabras inconexas a

Contacto

La luz que nunca había pensado ver encendida brillaba ahora, suave, intermitentemente. El corazón se me detuvo y respiré pesadamente, duro, mirando aquella luz roja titilar. La acompañaba un sonido en sincronía. Un sonido que pensaba no iba a escuchar jamás. En realidad decir "jamás" es una exageración. Por supuesto que en un principio había pensado en eventualmente escuchar esa alarma. Había soñado con la posibilidad remota de ver esa luz titilando. De hecho, esa esperanza inútil, ese sueño absurdo había sido el que me había impulsado a estudiar durante tantos años ingeniería, física, y a hacer finalmente un doctorado en matemática aplicada. Había sido el motor de este proyecto imposible, de esta hazaña sobrehumana. Pero tras 21 meses de viaje sumados a 5 meses más de estadía, de espera, de hacer absolutamente nada, las esperanzas se habían ido diluyendo. Solo quedaban la irritación y la sensación de fracaso absoluto. La completa seguridad de que nunca vería aquella luz t

Un hombre hablándole a la nada

13:58 Ya casi. Giro los marcadores en mi mano: rojo, azul, negro. El borrador descansa en la mesa, expectante. Los bancos miran todos hacia el pizarrón y hacia la puerta, ansiosos. Me recuerdo tranquilo que ser puntual es llegar a horario. No antes, no después. Es correcto que aún nadie haya llegado. 13:59 Dejo el celular-reloj en la mesa, y vuelvo a mirar los apuntes, sin verlos. La clase está toda en mi cabeza, en mis recuerdos, en mis dedos. La he dado tantas veces que ya he dejado de entender que alguien pueda no entenderla. 13:59 Decido no mirar más la hora. Me asomo a la puerta, e incluso recorro a medias el pasillo de la facultad, sin ver rastro de los estudiantes. Mis estudiantes. Tengo un poco de bronca por su impuntualidad; semana a semana parecen alargar un poco más la hora de almuerzo para robarle minutos a mi clase. Es una lucha delicada entre profesor y estudiantes, una lucha de poder que arranca el mismísimo primer día de clases. Después de tantos años ya lo h

La muerte del cangrejo

La frase quedó flotando en el aire, y el silencio cayó sobre el grupo como un manto. Quizás era el vino que habíamos tomado en abundancia después del asado, pero un poco lo tomamos en serio. Ninguna risa le sacó credibilidad a la afirmación de Rubén. La conversación había arrancado en lugares comunes de hombres que no se conoce tanto: fútbol y mujeres, pasando a la política pero de a poco virando a lugares más oscuros. Mientras el alcohol hacía su efecto habíamos llegado a las teorías conspirativas, a historias de asesinatos y a experiencias propias inexplicables. Todo se había construido para que ahora el comentario de Rubén fuera al menos escuchado. —¿Y...vos fuiste? —le preguntó alguien. —No, no soy tan masoquista —un poco se sonrió Rubén, y tomando de su vaso de fernet agregó—, pero...conozco historias, de buena fuente. Era un grupo que prácticamente no me conocía. En particular no sabían lo absolutamente escéptico que soy de todo este tipo de cosas. Por eso sentía el alivio de

Autoboicot

Cuando entró al consultorio, en el momento en que lo saludé, supe que algo había ido mal. Es extraña esta intuición que tenemos los psicólogos, esta capacidad de percibir los ánimos, los sentimientos ocultos del otro. Yo no sé si es una característica que desarrollamos durante la carrera o si, justamente, hemos elegido la carrera porque ya contábamos con ella. De cualquier manera, entró, nos saludamos incómodamente, y se sentó en la silla enfrente a mi sillón. —¿Qué onda? —le pregunté como si nada.  Era una pregunta que había desarrollado luego de varios años de experiencia. Era lo suficientemente ambigua como para dejar la pelota del otro lado. Admitía respuestas como "todo bien" (absolutamente ilógica pero válida) así como respuestas largas y profundas, que iban derecho al hueso del problema. Cada paciente gasta su dinero como quiere, no seré yo quien lo juzgue. Esta vez, mordió el anzuelo: — ¿Viste que yo tenía una entrevista el lunes pasado?  El hecho de que hub

Los dioses y el fútbol

La patada del defensor fue dura y precisa. El delantero voló por los aires, rodó por el piso y gritó de dolor, casi como si estuviera intentando llamar la atención del referí. Se agarró sorpresivamente la cara en lugar de la pierna, esperando el dulce sonido que no tardaría en llegar: un pitido agudo que marcaba la infracción. El defensor se quejó ante la terrible injusticia, agarrándose la cabeza con incredulidad, el tiempo justo para convencer al hombre del silbato de no sacar su tarjeta amarilla. Una vez pasado el circo, los jugadores se dispusieron a jugar el tiro libre. La mitad intentando meter la esfera en el arco, la otra mitad intentando evitarlo. Las caras transpiradas, los ceños fruncidos y los músculos tensos, todo daba una inmensa seriedad al aparente juego. ¿Por qué ponían tanto empeño en las corridas?¿a quién dedicaban tantos minutos de esfuerzo? Arriba, en un plano superior, miles de personas observaban el partido, gritando con igual intensidad los de uno y otro equ

Primeros auxilios

El 130 avanza raudo por Libertador, llevando más personas que las que debería, según cualquier regla de mínima seguridad y yo formo parte de esa gran mayoría que viaja parado, como si este colectivo fuera una representación de la sociedad misma. El chofer decide no detenerse en la siguiente parada, siguiendo algún misterioso criterio. Pero esta no es mi parada. Falta mucho hasta Independencia y me pregunto si esto significará algo. Pronto elimino esta pregunta de mi cabeza y vuelvo a mi análisis: aquel adolescente al lado mío o aquel señor de adelante tal vez... Me distraigo con las tipas de mi izquierda, que riegan la calle con sus flores amarillas. Y, de pronto, entra el sol por entre las hojas y vuelve nuevamente a mi memoria...el destello blanco del ambo...las indicaciones precisas, la autoridad en la voz... La vergüenza aprieta mi estómago otra vez, llenándome de adrenalina vana, porque la lucha está en mi cabeza, la lucha está en el pasado, la lucha ya está perdida. Me content

Milongón azul

Imagen
— ¡Eh, qué hacés! —me saludó el gordo mientras abría la puerta de su departamento y me daba un abrazo de viejos amigos que se reencuentran—. El tiempo no te perdonó, ¿eh? —me dijo, quizás fijándose en mi incipiente calvicie. Yo lo miré y vi que estaba mucho más gordo de lo que recordaba, como si se hubiera tomado en serio el apodo jodón de la infancia. Supongo que adivinó mis pensamientos porque soltó un  —Bue, a mí tampoco —mientras se reía y se palmeaba la panza. —Qué bueno verte, gordo, hacía mil años. —Pff, escuchame una cosa, desde el colegio prácticamente. El exilio había sido largo y los dos nos habíamos alejado de ese pasado de niñez y adolescencia, dejando allí intocables los recuerdos, refugiados en el calor hogareño de lo ya vivido. La visita ahora a lo del gordo, inexcusable dado que yo pasaba por su país de residencia, traía de nuevo esos recuerdos. Yo estaba indeciso aún de si esto me alegraba o no. —...y Tito parece que siguió con lo del viejo, lo de alimentos,

Un levísimo aleteo

Salí tambaleándome de la máquina, tosiendo el humo viejo, las piernas apenas sosteniéndome. Al menos el peso sobre las rodillas me mostraba que estaba vivo, que existía en esta dimensión y tiempo. Me miré las manos, las di vuelta, noté su corporeidad y corroboré lo que quería creer pero temía: existía. Como un fantasma de una línea temporal que no me correspondía, como un resabio de aquel otro universo en el que sí había nacido, allí estaba yo. Era. Por supuesto que el plan de viajar al pasado y cambiar a mis padres al momento de conocerse había fallado, pero había fallado tan estrepitosamente que había logrado que su encuentro amoroso nunca se diera, que jamás se juntaran y lograran el milagro de la creación mía. Y ahora, mientras caminaba para salir de aquel galpón donde se encontraba la máquina del tiempo empezaba a darme cuenta de la situación en la que me encontraba. Estaba visitando, quizás para siempre, un universo absolutamente extraño. Una bifurcación de la historia impens

Un cadáver en la cocina

De repente estaba despierto, todos mis sentidos en alerta. La velocidad con que pasaba de dormido a completamente despabilado aún me asombraba. Cuando uno es padre aprende a incluso dormir con miedo, y yo hacía 16 años que no dormía profundamente. Trataba de decidir, aguzando el oído, ¿Había escuchado un grito o...? Y entonces se escuchó de nuevo, ahora alto y claro. —¡Papá! ¡Hay un cadáver en la cocina! Ella, profundamente dormida, se removió un poco en la cama. Al parecer había filtrado el grito después de la primera palabra. Tampoco se inmutó cuando salté de la cama y corrí escaleras abajo, el miedo irracional apretándome la mandíbula. Imaginando los peores horrores corrí y giré para entrar a la cocina-comedor. Con el miedo la mente vuela e imagina los peores escenarios posibles, preparándolo a uno para lo peor. Pero nunca habría imaginado encontrar lo que encontré: mi hijo sentado a la mesa, los codos apoyados, las manos entrelazadas, y enfrente suyo, la bandeja con los rest

Sueños

Apenas lo vio acercarse supo de qué se trataba. Había estado, tan solo unos segundos atrás, sentado en su sillón leyendo su libro sin querer terminarlo. Sabía que, una vez terminado, el libro estaría muerto. Ocuparía para siempre el estante de los "ya leídos". En eso estaba, cuando sintió la presencia fuera de la casa. No sabía si había sido el oído, la vista u otro sentido, pero al mover un poco la cortina pudo ver desde el segundo piso los autos doblar la esquina. Por supuesto que supo de qué se trataba. Los primeros que llegaron fueron los equipos técnicos: bajaron de autos y camionetas cámaras, camarógrafos, micrófonos, microfonistas y otras personas con enigmáticas funcionalidades. Bajaron como rayos y truenos, anunciando lo que vendría. Y más atrás, la tormenta. El último auto llevaba un hombre sonriente, acarreando un trailer gigante. Cómo no iba a saber de qué se trataba si lo había estado esperando toda su vida. El terror lo hizo actuar de forma e

El mejor día de tu vida

Lo encontré por casualidad, caminando sin rumbo al lado del canal, como caminan quienes están perdidos en su propia cabeza. — ¡Juampi!  —l o saludé desde lejos, mientras me acercaba —.  Juampi querido, tanto tiempo. Cuando lo tuve más cerca pude notar que estaba cabizbajo y sombrío, más aún que de costumbre. —Me enteré lo de hoy, te felicito. ¿Cómo estás? Mi abrazo fue tan poco recibido como mi pregunta. —Hoy tuve el mejor día de mi vida.  —dijo, con la emoción y calidez de una llave inglesa. No fue una respuesta, fue una observación. —Me imagino che  —le dije palmeándole la espalda  —. La verdad impresionante lo tuyo, pero ¿Por qué esa cara?, parece como... —No, no entendés  —me interrumpió, agarrándome con violencia de las solapas  —no entendés hermano  —sus ojos se movían desorbitados mirando juntos a uno y otro de mis propios ojos   —. Viví el mejor día de toda mi vida —N-no entiendo  —alcancé a decirle, un poco asustado por la intensidad de su mirada, por lo abrupta e inco