Autoboicot

Cuando entró al consultorio, en el momento en que lo saludé, supe que algo había ido mal. Es extraña esta intuición que tenemos los psicólogos, esta capacidad de percibir los ánimos, los sentimientos ocultos del otro. Yo no sé si es una característica que desarrollamos durante la carrera o si, justamente, hemos elegido la carrera porque ya contábamos con ella.

De cualquier manera, entró, nos saludamos incómodamente, y se sentó en la silla enfrente a mi sillón.

—¿Qué onda? —le pregunté como si nada. 

Era una pregunta que había desarrollado luego de varios años de experiencia. Era lo suficientemente ambigua como para dejar la pelota del otro lado. Admitía respuestas como "todo bien" (absolutamente ilógica pero válida) así como respuestas largas y profundas, que iban derecho al hueso del problema. Cada paciente gasta su dinero como quiere, no seré yo quien lo juzgue. Esta vez, mordió el anzuelo:

— ¿Viste que yo tenía una entrevista el lunes pasado? 

El hecho de que hubiera elegido el pretérito imperfecto confirmaba un poco mis sospechas. "Tenía". Estaba seguro que no había ido. Algo extraordinario le había impedido presentarse. Me acordaba perfectamente, era su problema, su traba recurrente. 

— Ah, no me acordaba. ¿Qué pasó? ¿pudiste ir?

Evitaba mostrarle excesivo interés. No quería que se diera cuenta de que me frustraba yo más que él cada vez que se autoboicoteaba. Cada vez que se acordaba un día tarde de anotarse a un final, cada vez que ponía accidentalmente una foto de su gato en el curriculum vitae. Siempre había algo que le impedía llegar al éxito, alguna barrera que lo frenaba justo al final. No hacían falta mis años de estudios para comprender que era él mismo, él y su miedo al fracaso (o al éxito quizás) quienes ponían trabas tras trabas.
"Autoboicot boy" lo llamaba para mis adentros. No es muy original el nombre, pero junto con la mujer problemillas, trauma man, doctor raro, imaginaba que tenía una legión de superhéroes especiales. Me ayudaba a recordarlos. Sé que el día que alguien se entere de esto pierdo inmediatamente la matrícula. Pero al menos el que me la saque lo va a hacer riéndose.

— Pará, que es una larga historia. 
   
Se acomodó un poco. Me acomodé un poco, resignado a escuchar otro autoboicot disfrazado de mala suerte y justificado.    

— Resulta que el domingo nos juntamos con mis amigos a tomar algo. No sé por qué domingo, creo que yo lo propuse, y al final nos acostamos re tarde, tipo 2, 3. Y sabés que yo me olvidé completamente que al día siguiente tenía una entrevista. Y me fui a dormir así nomás, sin poner la alarma.  
— Claro, y al día siguiente te quedaste dormido y no pudiste ir ¿no?  
—Bueno no, justamente, de golpe me estaba por dormir y me acordé y puse la alarma.  
— ¡Bien! —al hijo de puta le gustaba estirar las historias, y la iba a alargar hasta el momento del boicot— . ¿Y qué pasó?  
— Me levanté y desayuné, todo bien, y de golpé me enganché leyendo en el diario los estrenos de la semana, y entré a ver los trailers en youtube.

Hizo una pausa y me miró. Casi como si lo disfrutara.

— No me digas que te quedaste viendo videos y no llegaste a la entrevista... 
— No, no. Justamente, me di cuenta que estaba boludeando, como vos decís, que hago eso para autoboicotearme y cerré la computadora para irme. Pero cuando me levanté, no sé cómo me tiré el café arriba del pantalón —yo sabía perfectamente cómo, con su superpoder— , y así manchado no podía ir. 
— Claro. y al final no fuiste por el pantalón. Qué mala suerte — . Un poco me había cansado el juego. 
— Yo pensé lo mismo que vos. Pero de golpe dije, no puede ser que te pierdas una entrevista por una mancha en el pantalón, chabón. Y, aunque estaba justo con el tiempo, fui a mi cuarto y revolviendo entre la ropa encontré otro que me quedaba bien y salí corriendo. 

Estaba un poco desconcertado en este punto. Ya se había puesto él mismo tres barreras y las había saltado. Incluso para él era un poco mucho. ¿En cuál iba a caer? ¿en la cuarta, la quinta? 

— Y salí corriendo—continuó—, llegué a tomarme el subte y llegué ocho en punto. Y recién ahí me di cuenta que había puesto la dirección mal en el teléfono. 
— Uuuh, dios mío —me agarré la frente como si fuera un hincha—. No te puedo creer. —Ahí estaba. La barrera final. La insaltable. 
— Sí, un boludo total. Me pasó un par de veces. Por no revisar bien lo que escribo. 
— Como la vez que le diste mal tu teléfono a una chica, ¿te acordás? 
— Uf, sí. Anita. Nunca más la encontré. Pero esta vez no fue tan grave, porque le erré por una cuadra y media y al toque llegué y pude tener la entrevista. 

Me quedé duro. En mi cabeza ya había hecho la lista de autoboicots para reprochárselos uno por uno, para que viera que había un patrón, para que de una vez por todas admitiera que tenía un problema, y pudiéramos trabajarlo. Pero al parecer no. Casi que a esta altura estaba deseando que hubiera una traba en la historia. 

— Pero...¿Llegaste bien? —le pregunté, incrédulo— ¿no te dijeron nada? 
— Llegué apenas tarde. Pero no pasó nada. Incluso llegué antes que los entrevistadores. 
— ¿Y qué pasó? ¿te vendiste mal? ¿dijiste que en realidad no te gustaba mucho el trabajo? ¿te la pasaste hablando de tus defectos? 
— No no —me miraba ahora divertido, sabiendo que me había atrapado en su historia —. No hubo ningún problema. De hecho creo que hice la entrevista muy correctamente. 

Finalmente se me disiparon las dudas. No podía creerlo. Había logrado sobreponerse. Había luchado contra sus demonios, finalmente lo había hecho. 

— ¡Bien ahí pibe! —sin darme cuenta me había parado y agitaba los puños como si de un gol se tratara—. ¿Y? ¿Qué pasó? 

Se recostó en su silla, disfrutando de sus efectos narrativos. 

— No quedé —dijo serenamente—. Se ve que no soy lo suficientemente bueno. Me dijeron que gracias pero que no servía. 

Mi festejo quedó congelado, como quien ve un offside a último momento. No podía creerlo. Toda mi alegría se desvaneció en un instante, y me derrumbé en mi sillón, incapaz de formular una oración.
Intenté buscar una frase para consolarlo, para decirle que no todo estaba perdido. Pero me fue imposible. Mi desilusión era demasiado grande. En 16 años ejerciendo nunca me había pasado algo parecido. 
Pasados unos segundos de silencio, al ver que yo no respondería, el chico se inclinó hacia adelante en su silla, entrelazando sus dedos. 
Y con una mezcla de triunfo y amargura me dijo:

— ¿Ahora entendés por qué me autoboicoteo?


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

La confusa vida de las amebas

Un caso extraño

Somos pilas.