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Mostrando las entradas de 2020

Los dos minutos que salvaron al mundo

—Yo ya sé lo que vos estás pensando, nene. Lo miré expectante, intrigado por lo que iba a decir. Creo que lo único que le faltaba era el don de la telepatía. Aunque, si así era, agradecía que fuera unidireccional. No sé si yo hubiera estado preparado para recibir los pensamientos de esa persona en mi pequeña cabeza. —Vos pensás que yo soy un viejo choto. Sonreí un poco. Quizás tuviera telepatía después de todo. Me crucé de piernas en el piso y apoyé el mentón en mis manos, los codos en las piernas. Estas frases anunciaban que se venía un manantial de delirios, que me apasionaban. A mamá no le gustaba que me pusiera a charlar con el abuelo, pero no siempre podía evitarlo. Y entonces podía sentarme al lado de su silla y oír al viejo volver a divagar y divagar con ese viaje que le había hecho perder la cabeza. Al menos eso decía mamá. —Pero todo lo que te digo es verdad. Tu mamá no quiere entender. Ella siempre fue una negadora. Dice que estoy loco. Pero ¡Ja! Tiene suerte de estar viva p

Anhelo de lluvia

Miro la cortina. Abro los ojos. Quizás no en ese orden, no sé. No puedo ver nada. Bueno, ojalá no pudiera ver nada. Un brillo se cuela por algún lado y hace que pueda reconocer algunas siluetas, extrañas, conocidas. Ojalá estuviera oscuro. Ahora no es mucho pero mañana se convertirá en una luz enceguecedora. Desconfío de las personas que no duermen en una completa oscuridad. Como si no les importara lo que pasa afuera. Miro la cortina, la sombra de la cortina. En todo caso lo que puedo ver es poco, y no puedo ver lo que pasa allá afuera. Me carcome una duda todavía.  ¿Estará lloviendo? A esto me refiero con no ver nada. Siempre se ve algo, aunque sea el interior de los párpados. No veo lo que quisiera ver, supongo. Acudo a otro sentido, el oído. Casi no hay sonidos. El silencio es tan alto que ensordece. Al no haber sonido de mayor volumen mi cerebro parece bajar el umbral de silencio, y levantar todo el ruido de bajos decibeles. Me parece poder escuchar la sangre fluir por mis o

Sonido de lluvia

Detengo los dedos, saco la vista de la pantalla, mirando hacia afuera. ¿Acaso...está lloviendo? Sí, efectivamente, está lloviendo. ¿Cómo no me di cuenta que estaba lloviendo? ¿Hace cuánto está lloviendo? Me levanto, abro el ventanal y me paro en el balcón a disfrutar el espectáculo. Esperaba mojarme un poco pero el techo me cubre. Demasiado cubre. La vista es magnífica y la lluvia cae como un manto sobre Buenos Aires. Pero...no puedo escucharla. Es increíble, pero el agua cayendo no hace ningún sonido. Por eso no me había dado cuenta antes. Solo al chocar contra el piso la lluvia suena. Solo al ras del suelo el agua se convierte en lluvia. Miro entristecido esa agua que cae, silenciosa. Mi casa está demasiado alta.

Tiempo de poda

Una gota cayó sobre el teclado y pausé el video de Youtube. Me preguntaba si podía ser tan estúpido. Gabriel me miraba desde la pantalla, tijera en mano. "Lo más afilada posible" había dicho, y yo miraba el tramontina que había agarrado, cuya punta se había perdido en algun forcejeo con un tornillo. No lloraba por la planta, claro que no. O al menos no solo por eso. A veces uno llora por otras cosas. A veces no sabe bien por qué llora. Me sequé las lágrimas como el hombre adulto que soy y salí al balcón, a enfrentarme a mis plantas. La albahaca estaba preciosa, llena de verde y de sol. Subía alta, esbelta, e incluso estaba floreciendo sus pequeñas flores violetas. Era mi orgullo, entre la menta, el orégano y las demás. Pero...el ciclo de las aromáticas es muy preciso. Sobre todo el de la albahaca: una vez que florecen, dejan su semilla y mueren. Todo su esfuerzo se concentra en ese tallo largo y en esa flor al final. En ese objetivo inútil. Sin alguien que las guíe olvidan