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Mostrando las entradas de marzo, 2018

Milongón azul

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— ¡Eh, qué hacés! —me saludó el gordo mientras abría la puerta de su departamento y me daba un abrazo de viejos amigos que se reencuentran—. El tiempo no te perdonó, ¿eh? —me dijo, quizás fijándose en mi incipiente calvicie. Yo lo miré y vi que estaba mucho más gordo de lo que recordaba, como si se hubiera tomado en serio el apodo jodón de la infancia. Supongo que adivinó mis pensamientos porque soltó un  —Bue, a mí tampoco —mientras se reía y se palmeaba la panza. —Qué bueno verte, gordo, hacía mil años. —Pff, escuchame una cosa, desde el colegio prácticamente. El exilio había sido largo y los dos nos habíamos alejado de ese pasado de niñez y adolescencia, dejando allí intocables los recuerdos, refugiados en el calor hogareño de lo ya vivido. La visita ahora a lo del gordo, inexcusable dado que yo pasaba por su país de residencia, traía de nuevo esos recuerdos. Yo estaba indeciso aún de si esto me alegraba o no. —...y Tito parece que siguió con lo del viejo, lo de alimentos,