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Los dioses y el fútbol

La patada del defensor fue dura y precisa. El delantero voló por los aires, rodó por el piso y gritó de dolor, casi como si estuviera intentando llamar la atención del referí. Se agarró sorpresivamente la cara en lugar de la pierna, esperando el dulce sonido que no tardaría en llegar: un pitido agudo que marcaba la infracción. El defensor se quejó ante la terrible injusticia, agarrándose la cabeza con incredulidad, el tiempo justo para convencer al hombre del silbato de no sacar su tarjeta amarilla. Una vez pasado el circo, los jugadores se dispusieron a jugar el tiro libre. La mitad intentando meter la esfera en el arco, la otra mitad intentando evitarlo. Las caras transpiradas, los ceños fruncidos y los músculos tensos, todo daba una inmensa seriedad al aparente juego. ¿Por qué ponían tanto empeño en las corridas?¿a quién dedicaban tantos minutos de esfuerzo? Arriba, en un plano superior, miles de personas observaban el partido, gritando con igual intensidad los de uno y otro equ