Vidas pasadas

Inspiré de nuevo, los ojos cerrados, y retuve el aire en los pulmones, intentando retener ese recuerdo que se me escapaba. ¿Qué era ese aroma? ¿a qué olía? Pero más que eso, ¿a qué me remitía?
La combinada sensación de nostalgia, de alegría, de sosiego no podía producirse solo por un aroma agradable; evidentemente en mí estaba ligado a un recuerdo, a un sueño pasado.

Suele sucederme, y creo que a todo el mundo le pasa. De golpe un olor, un sonido, un cierto paisaje hace desatar en el cerebro una serie de emociones, como si uno estuviera recordando, pero sin recordar. Sobre todo con los olores, que son mucho más enigmáticos. Incluso cuando uno ubica el recuerdo disparador, el momento en el pasado donde había recibido el mismo estímulo, las sensaciones parecen exageradas, agigantadas por la memoria.

Y esto me pasaba ahora mientras inspiraba de vuelta, el ceño fruncido. Cada vez que parecía a punto de asirlo se me escapaba de vuelta el pez del recuerdo. Solo unas palabras inconexas aparecían en mi cabeza como destellos. ¿Río?
Pero de vuelta se había ido.

Recorrí mis pocas memorias y decidí que el recuerdo de ese aroma no estaba allí. Ni siquiera tenía algún suceso pasado que pudiera generar semejantes sensaciones. Pero justamente aquí viene lo interesante. Yo tengo una teoría sobre este asunto y es esta: a veces el recuerdo no viene de tu vida, sino de alguna vida pasada. Por eso no se puede recordar: el recuerdo no está. Pero en algún lugar, por un error del borrado, algún hilo queda que conecta con las otras personalidades, y reverbera hasta el presente. Los detalles de quién uno era, de dónde vivía, de qué hacía se pierden, pero las emociones fuertes quedan rebeldes para sacudir a los avatares futuros.

Yo siempre creí -o siempre supe- que en otra vida fui una gran personalidad. Un emperador quizás, un soldado lleno de honor de las grandes batallas, uno de los famosos filósofos griegos. O quizás fui todos a la vez, reencarnando y empezando de nuevo cada 100 años, cada 93.
Pero siempre tuve la sensación de que antes de esta vida (¿hacía cuanto había empezado?) había sido una gran persona.

¿Era de allí que venían ahora mis recuerdos? ¿era acaso ese el olor picante de la pólvora, flotando en los campos de batalla en Rusia en el 1812? ¿o quizás antes, de una lucha con espadas? De pronto creí recordar y casi la sentí: una lanza atravesando mi costado y otra justo debajo del esternón. Pero ¿cómo explicar la alegría que me producía? ¿había resultado vencedor? No...algo no cuadraba. La paz que me causaba no podía provenir de la guerra, ganada o no.
¿Era el olor de los campos donde paseaba enseñando a mis alumnos? quizás de allí venía el río. Pero ¿qué era esa mezcla de tristeza, esa sensación de pérdida?

Estaba perdiendo la cabeza. Quizás ya la había perdido hacía mucho tiempo. ¿hacía cuánto estaba divagando con mis vidas pasadas? ¿qué había catapultado estos pensamientos?

Sí, ese olor. Inspiré de nuevo y tosí, los ojos cerrados. Ese olor. Mis memorias se mezclaban, mis vidas pasadas se volvían contemporáneas, confusas. En el campo de batalla una niña saltaba entre los cuerpos y yo supe que luchaba por ella. Me rendía honores en mi alto trono dorado. Me sostenía mientras enseñaba a mis aprendices de filósofos. Y de pronto me preguntaba si estaba yo enseñando, o si había alumnos siquiera. La mujer me llevaba paso por paso hasta el borde del río y solo yo veía en esos ojos grandes la mirada de la niña de siempre. ¿A cuál de todas las vidas pertenecía? No a esta, eso seguro.
¿hacía  cuanto había empezado esta vida?

Inspiré y llené mis pulmones viejos con ese aroma. Abrí los ojos y vi al lado de la cama su mano con las fresias, que mezclaban su perfume con la naranja con canela. La joven desconocida me miraba con sus ojos de niña, sorprendida.

Del fondo de mi memoria, de mi vida pasada salió su nombre.
—Delfinita —dije con voz cascada
—Hola abuelo.

Ella me apretó una y otra vez la mano, sonriendo a pesar de las lágrimas, como si no quisiera que me escapara.
Yo a su vez apreté sus manos, no porque supiera quién era, sino porque me causaba una inmensa alegría hacerlo.


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