Un levísimo aleteo

Salí tambaleándome de la máquina, tosiendo el humo viejo, las piernas apenas sosteniéndome. Al menos el peso sobre las rodillas me mostraba que estaba vivo, que existía en esta dimensión y tiempo. Me miré las manos, las di vuelta, noté su corporeidad y corroboré lo que quería creer pero temía: existía. Como un fantasma de una línea temporal que no me correspondía, como un resabio de aquel otro universo en el que sí había nacido, allí estaba yo. Era.

Por supuesto que el plan de viajar al pasado y cambiar a mis padres al momento de conocerse había fallado, pero había fallado tan estrepitosamente que había logrado que su encuentro amoroso nunca se diera, que jamás se juntaran y lograran el milagro de la creación mía.

Y ahora, mientras caminaba para salir de aquel galpón donde se encontraba la máquina del tiempo empezaba a darme cuenta de la situación en la que me encontraba. Estaba visitando, quizás para siempre, un universo absolutamente extraño. Una bifurcación de la historia impensable y fantástica: una en lo que yo nunca había nacido.

Temeroso pero curioso me preparé para encontrar un mundo insólito, incluso devastado y marchito. Hasta pensé en la posibilidad de encontrar un mundo mejorado, con un avance tangencial al mío, más acelerado. Por la ventana pude ver que el sol había salido, al abrir las puertas vi el mar a lo lejos. En la calle, los amantes seguían amando. Sonreí y moví la cabeza, riéndome de mi egocentrismo. Por más fuerte que hubiera sido el aleteo, 25 años no eran suficientes para cambiar tan radicalmente la historia.

Comencé entonces a mirar más en detalle mi alrededor, a notar como mi no existencia había alterado el mundo. Pensé en todas las cosas que había hecho, mis logros, mis afectos, mis granos de arena en intentar hacer de este, un mundo mejor. Todos ellos no habían sido, no habían ocurrido en este otro mundo.

Sin sorpresa vi que la calle seguía llamándose Perón, y que el baldío de la esquina en este universo tampoco había sido comprado. Ya más preocupante fue ver en la esquina las uvas a 50 pesos el kilo, precio que al parecer variaba de mes a mes, pero no de universo a universo. Un poco desesperado, intentando encontrar una señal, una variación por más mínima que fuera tomé un diario del kiosco de la siguiente cuadra, y hojeé angustiado sus páginas. El mismo presidente, los mismos estrenos de cine. ¡Hasta Racing aquí también había ganado 2 a 1, los mismos goles, en los mismos minutos!

Nada, absolutamente nada, había cambiado.

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