La decisión

Aún con el apuro que tengo noto que hay algo raro. Bah, no es apuro, es cansancio quizás. Es viernes, es el sexto paciente del día y ni tuve tiempo de frenar a tomar un café. Tampoco sé si es algo raro, es inusual quizás. Esa cierta intuición que logré con los años, sumado a cuánto conozco a los pacientes me hizo darme cuenta, desde el saludo ya, que algo pasaba.

—¿Qué onda? 

Le pregunto para darle pie. Sentado ahora en frente mío, apretando sus manos como si estuviera amasando algo, es evidente que algo le pasa.
Habla de cualquier cosa, me pone al día de temas irrelevantes, me habla de cuestiones políticas. Lo dejo dar ese rodeo hasta sentirse cómodo.

—¿Te acordás lo de la sesión pasada? —por fin yendo al hueso.
—Ajá —asiento vagamente, para que no se note que no tengo idea. Él tiene un psicólogo, pero yo decenas de pacientes, es natural que a veces se me crucen las historias. Con los años aprendí a no preocuparme tanto, él mismo traería las cuestiones relevantes sobre la mesa.
—...la cuestión es que estuve pensando mucho sobre el tema...y ya tomé la decisión.

Ahí está, ahí vamos entrando en tema.

—Estas dos semanas la pasé muy mal, no sabía que hacer, pero ya estoy convencido.

Lo veo decir estas palabras, la cabeza gacha, la voz quebrada en la palabra "hacer" y se me llenan los ojos de lágrimas. Me es inevitable emocionarme en estos casos, donde me siento tan fuertemente identificado. He pasado tantas veces por esa situación, ese terrible limbo de la indecisión que no puedo menos que empatizar con el pobre chico.
No pienso que sea un problema. Realmente no lo creo. Hace tiempo he abandonado la idea prehistórica de que el psicólogo tiene la capacidad de analizar el problema desde afuera, sin contaminarlo con sus propios sentimientos, objetivamente. Como si de un robot se tratara. Como si existiese la objetividad.

Carraspeo un poco y creo que no se da cuenta de lo que me está pasando. Quien me conoce sabe que es mi reflejo cuando estoy emocionado. Mi cuerpo interpreta el nudo de la garganta como si fuera un cuerpo extraño e intenta expulsarlo, estúpidamente.
Él sigue tan afectado por su situación que no ha notado nada. Me toca hablarle.

—Antes que nada, te felicito —le digo, con una sonrisa genuina—. Me pone muy contento.

Él levanta ahora la cabeza, un poco sorprendido.

—No te dije cual opción elegí igual.
—Es que no es importante. Realmente no importa,. En estos casos lo importante es salir de ese lugar donde uno no sabe qué hacer.
—¿Y qué si elegí mal?
—No importa. Cualquier opción es mejor a quedarse parado y esperar que la vida pase. Además ¿qué significa elegir mal? Por algo tomaste la decisión, y esto es lo importante.

Temo que descubra que no me acuerdo cuál era el problema, pero todo el resto de lo que digo es verdadero. Por otro lado, quizás así sea mejor. No quiero influenciarlo en su decisión. No quiero ponerle dudas ahora que lo veo tan seguro.

—Me aterroriza la idea de que, al elegir esto, estoy cerrando infinitas puertas con infinitas posibilidades donde las cosas quizás salgan mejor que en el único universo donde tomo esta decisión.
—No te me pongas cuántico —con estos discursos en los que se pierde solo a veces me pierde con él —. Es imposible vivir mirando las puertas cerradas. Esta decisión es,  en cierto sentido, la mejor que podrías haber tomado. La elegiste.
 —¿La decisión que tome es siempre la mejor? —un poco se sonríe burlonamente.
—Ya sé que puede sonarte estúpido, pero es una forma linda de pensarlo. Quizás es la mejor decisión que podías tomar ahora. La que podías tomar.

Otra vez estoy hablando sobre mí mismo. Otra vez carraspeo. Algo de esta última frase parece convencerlo, como pasa siempre que hablo desde el corazón.

—Pero lo que tenés que pensar es que la peor decisión de todas es no decidir. Es quedarte en ese salón mirando todas las puertas sin animarte a abrir ninguna —creo encontrar una veta en sus ojos, haber tocado un punto sensible—. Y aunque llevar a cabo lo que elegiste, cruzar esa puerta cueste, duela, va a ser lo mejor para vos. Va a permitirte avanzar, crear tu nuevo camino, con sus defectos, sus errores, sí, pero tuyo, personal y único.

Aunque hace rato bajó la cabeza, puedo ver como le corren las lágrimas, como esconde una mueca con su mano. El abrazo que le doy habría espantado a la mayoría de mis colegas. Por suerte no soy como ellos.

—Es tan difícil... —me repite.
—Ya está. Ya pasó. Lo peor ya pasó.
—Ni siquiera te dije qué decidí —me dice ahora riéndose.

Abro los brazos, ya despidiéndolo. La verdad es que no importa

—Es que la verdad es que no importa.
Lo acompaño hacia la puerta. No sé si la sesión duró unos minutos de más, o incluso unos minutos menos. Duró lo que tenía que dudar. El tiempo exacto.
Me sorprende un poco no encontrar la bicicleta afuera, que trae siempre.

—De verdad, muchísimas gracias. No estaba tan convencido, pero me diste la fuerza para entender que estoy haciendo lo correcto.

El día está más fresco de lo habitual, pero aún así me sorprende ver que se ha puesto un pasamontañas negro en la cabeza.

—De nada.

Pero lo que más me sorprende es verlo agazapado, los brazos colgando sosteniendo un arma, saliendo mirando para todos lados en cuanto abro la puerta.
No intento detenerlo. Después de todo soy consistente con todo lo que le dije en la sesión.
Quizás sí debería revisar las fichas antes de que llegue cada paciente.


Comentarios

  1. Joaquin, soy oficialmente adicta a tu blog. Por ahora, este es mi preferido

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    1. Qué bueno Piruuuu. Como toda adicción vas a tardar en darte cuenta que te está haciendo mal.

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